En esta obra la construcción visual del puerto se integra con la del cuerpo y la escritura por medio de un discurso lúdico, irónico y paródico, en cuyos símbolos se muestra la disolución permanente de una realidad degradada, pero también ambivalente y multiplicadora.
La poeta recorta la realidad concreta, utilizando el boceto, la pincelada, la paradoja, la antítesis o la ironía refranesca, con su escalpelo discursivo que horada, invierte y transmuta la vida cotidiana de un Valparaíso encantador y desencantado, fantasmal y cambiante, que se homologa a la misma sujeto, también desencantada, pero siempre lúcida y crítica.