Los mitos nos hablan desde muy antiguo de cómo los distintos pueblos originarios pensaron el origen de las cosas que existen en el mundo. A través de relatos orales, de figuras rupestres, de cordeles (como entre los rapanui), de bailes y cantos, las narraciones del nacimiento del cielo, de la tierra y de los mares fueron contados de generación en generación. La memoria que hay en los mitos nos pertenece a todos y todas porque es el fruto de la experiencia humana, de su creatividad y de su fascinación en responder a las preguntas del cosmos; como los sueños, los mitos siempre proponen acertijos, preguntas y no verdades absolutas, nos están llamando todo el tiempo a pensar sobre nuestra condición humana y sobre nuestra íntima y estrecha relación con la naturaleza, con la materia viviente que forma parte de la existencia.
Los pájaros no escaparon a la atención profunda de los aymaras, mapuches, rapanui, selknam y a nosotros los mestizo-chilenos. Quizás porque, como veremos en estos mitos, se nos parecen en sus dos pies y en su capacidad de volar (los humanos lo hacemos con la imaginación y en máquinas); porque aman, pueden ser vanidosos, libres y heroicos. También la hermandad entre pájaros y humanos es visible en las transformaciones que nos proponen estos mitos, podemos haber sido —o ser —picaflores, bandurrias, codornices, golondrinas. De ida y vuelta, estos mitos nos obligan a escucharlos en clave de corazón abierto, porque quizás allí podamos encontrar los sonidos de nuestros antepasados y antepasadas y aunque sea a vuelo de pájaro, rozar sus magníficos y profundos trinos, arroparnos con sus plumajes de colores y apoyarnos en su arrojo y su afecto.