Nuestra época está marcada por fenómenos globales que provocan una crisis tras otra. Confiamos en que sería posible salir de éstas y que cada generación vivirá mejor que la anterior, pero la inestabilidad en todos los ámbitos ha generado un malestar creciente y constante. Vivimos en una «crisis permanente» y las viejas ideas de desarrollo se muestran incapaces de lograr soluciones efectivas o perdurables. Este concepto renovado, que aparece en escritos contemporáneos de Koselleck, Ricoeur, Beck o Bauman, no sólo nos exige su comprensión, sino que nos obliga a un cambio en la manera de pensar y actuar. En la línea de Jean-Marie Guyau, Jordi Riba analiza la idea de «crisis permanente» como un motor de cambio positivo, sin necesidad de romper con el modelo democrático. La democracia es un proceso sin fin, pero precisa ser renovada por la acción ciudadana. No hay democracia sin crisis y aquella no se sostiene sin el ejercicio fraterno de sus componentes. La metáfora de la fraternidad integradora y huérfana de liderazgos ilustra la situación en la que la humanidad se encuentra y sobre la que es posible levantar un nuevo proyecto de modernidad y convivencia solidarias.
Crisis permanente
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Entre una fraternidad huérfana y una democracia insurgente.
«Se oye o lee, a veces, que nuestra democracia
está en crisis. Esto es no entender las cosas.
Habría que decir más bien: esta democracia,
toda democracia es crisis. Es el estado natural en
que vive». Francisco Rodríguez Adrados
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