En el mundo de Mario y Elena hay entrenadores silenciosos, guardias ominosos, buscadores de yuca, jardineros. Bailarines en lo alto y durmientes en el agua. Los profesores y los busca acuerdos errantes se mueven casi exclusivamente por los túneles. La gente se alimenta de aceitunas blancas, frutillas de mar, apio del monte, hierba de salitre, lonjas de camello. Porque en esta distopía también hay cocineros. Maestros, aprendices, conformistas, artistas, todos con sus cuchillos. Y para todo hay un proceso, o bien un arte. Quizás una condena o un aprendizaje:
«Solo hay dos tipos de corte: seguir la forma o imponer la forma. Obedecer o mandar».