El auge del existencialismo en la cultura europea de los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial puede explicarse, en gran medida, por las intuiciones que esta escuela de pensamiento ofrecía a la hora de enfrentar vitalmente las terribles consecuencias del auge de los fascismos y del conflicto armado más devastador conocido hasta la fecha. Derivado en gran medida del romanticismo; al fin y al cabo, el empeño último de filósofos como Hegel o Schelling fue en realidad la búsqueda de la libertad del individuo; el existencialismo tenía también un distintivo halo heroico; de ahí que los protagonistas de las novelas más representativas del movimiento fueran a menudo jóvenes en busca de sentido, asfixiados por una sociedad caótica, ajena y desorientada. Ese fulgor de juventud en las obras de Albert Camus, Simone de Beauvoir o Jean-Paul Sartre resultaba pues enormemente atractivo, brindando a las nuevas generaciones de intelectuales la posibilidad de soñar, a pesar de todo y de todos, con una cercana y prometedora reconstrucción de la esencia del ser humano.
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«Pocas veces se habla de la responsabilidad que se vieron obligados a asumir muchos escritores después de 1945, cuando todos los caminos parecían ya trillados y agotados. Iris Murdoch fue una de las que más en serio se tomaron el trabajo de volver a pensar la tradición europea. Su contribución, a estas alturas del siglo XXI, merece ser reconsiderada a la luz de los peligros que ahora nos acechan». ANDREU JAUME, Letras Libres
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