En la década del 70, Japón vio nacer a uno de los animadores más importantes del rubro: el director Osamu Dezaki, quien se basó en las técnicas del cine clásico para hacer de la animación japonesa serializada, obras que, pese a la escasez y precariedad de condiciones de su creación, fueran capaces de transmitir con la misma profundidad que una obra de cine real, creando así, una estética que hoy en día es conocida como propia del animé de la década del 70.
Pero poco se habla del contexto y las condiciones que dieron vida a este tipo de obras, que suelen ser apreciadas en su valor de contenido y como productos comerciales, sin considerarlas como el fruto de un trabajo que se realizó bajo abusos empresariales y en condiciones perjudiciales para los trabajadores de la animación.