“Hay que volverlo a intentar, cariño, con eso que llaman política”, dice el narrador de este monólogo afiebrado y corrosivo, mezcla de alucinación, rencor y ternura. La voz pertenece a un ex dirigente vecinal y del sindicato de trabajadores en una empresa portuaria que, tras sucesivos fracasos, derivó en algo parecido a un pastor evangélico.
Consciente de que el pueblo es incapaz de gobernarse solo, de que incluso ha depositado su fe en un joven inexperto para que dirija los destinos municipales, despliega en estas páginas un discurso que es una formidable vivisección de las elites y burocracias de izquierda y de derecha, así como un desencantado diagnóstico de la ruina en que ha caído su amada ciudad patrimonial.