«Después de revolver el brebaje con la cucharita, reparé en la espuma y en el pequeño remolino que se formó dentro de la taza, provocándome una sensación melancólica, larga, estirada, con cierto vértigo previo que me sumergió en las oscuras aguas de ese micro océano contenido en una simple taza de café, en el efímero vórtice, en su particular maelström miniatura que me tragaba y que duró solo un par de segundos, pero que bastaron para ponerme la piel de gallina.»
«En aquellos días, Félix andaba siempre sin dinero y apenas podía comprar cigarrillos sueltos. Su apariencia era paupérrima, casi como la de un vagabundo, aunque con cierto estilo y dignidad, muy parecido a esos mendigos que de vez en cuando se ven en la calle, tumbados en alguna acera o debajo de algún puente y que más allá de la pobreza, suciedad y alcoholismo, no es difícil imaginárselos como a un gran señor del medio oriente fumando con un narguilé y rodeado de frescas doncellas, cuando en realidad, las doncellas son una jauría de perros pulguientos y el narguilé una colilla de cigarro que alguien arrojó al suelo.»