“Ese “dónde”, que asciende desde un gran abandono, dolorosamente clamante: ¿qué busca ese preguntar? ¿Qué vislumbra el poeta al clamar? La huida de los dioses y con ella la desolación de la morada de los seres humanos, el vacío de sus obras, la vanidad de sus actos. En ese punto, la mirada, sin el apoyo de una experiencia real del archipiélago, se aventura a la Grecia sida. ¿Por qué Hölderlin no tuvo necesidad de una experiencia así? Quizá porque él veía más lejos, previendo la llegada del Dios venidero, de modo que era en el ámbito de esa previsión donde sólo lo sido adquiría su actualidad propia. ¿En modo alguno, pues, el clamor poético surgía de un mero abandono, sino de la firme esperanza, más allá de todo desamparo, en algo venidero? Algo que sólo con acercarse genera un férvido clamor. ¿Oímos todavía el clamor, nosotros, gentes de hoy? ¿Entendemos que tal escucha ha de ser ella misma una participación en él, sobre todo dentro de un mundo de seres humanos, que corre como loco al borde de la autodestrucción, cuyos manejos acallan cualquier clamor y lo empujan a lo vano?”
El primer viaje de Martin Heidegger a Grecia –un regalo de su mujer– necesitó muchos años de preparación. Grande fue el temor que –con mayor fuerza de la que hubieran conseguido circunstancias externas– una y otra vez demoró la partida.
“Pero el regalo llegó a consumarse.” En la primavera del año 1962 se superó el umbral del sueño, se emprendió el viaje, que condujo en barco desde Venecia hasta el Peloponeso, a Creta y Rodas; después, a través del Egeo –con Delos como centro–, a Atenas, Egina y Delfos, y de vuelta a Venecia.
Al principio, no enmudecían las mortificantes dudas sobre “si sería concedida siquiera una experiencia de lo griego inicial”. Tampoco en Olimpia. “Lo griego quedó a la espera.”
Pero, después, “la isla de las islas” deparó el cumplimiento. “Debido a la experiencia de Delos el viaje a Grecia se convirtió por primera vez en estancia, en permanencia clarificada en aquello que es la ’Al¸uheia.”
A su luz continúa el viaje. En adelante, el pensamiento permanece siempre en la cuestión –referida tanto a las experiencias de Grecia como al mundo de hoy– de si, y cómo, puede negarse o concederse “estancia”.
El viaje de vuelta por el Adriático “se convirtió, todo él, en una acción de gracias por el regalo de la estancia y del atisbo de su ámbito”.