Para quienes vivimos la proscripción del peronismo y la del deseo, ¿hablo de mi generación?, no nos quedaba otra que desear con culpa a la madre de Ernesto. Todo machista desea a esa mujer prohibida: la puta y la madre. La desea de un modo inconfesable, término tan Castillo. Deseo y vergüenza tiemblan en ese cuento, como el cuerpo entrevisto a través de un deshabillé. Cuando leí esa ejemplar colección de cuentos que es Las otras puertas, aprendí que escribir era nombrar lo que no se puede, lo que no se debe, decir. “No digás porquerías, querés”, dice uno de los personajes. Castillo las dice. Y enseña cómo decirlas.
Muchos de los que alguna vez dimos taller debemos admitirlo: “La madre de Ernesto” fue un cuento-paradigma, que pusimos de modelo y que ha sido imitado hasta el agotamiento. Pero lo importante en este libro es otra cosa: una manera de contar que, una vez internalizada, es casi imposible evitar. En lo personal, creo que ahí está todo Castillo. Todo lo que vino después en su obra, ese tono confesional y culpable, viene de ahí. Por supuesto, Castillo es mucho más que ese cuento inicial. Y los textos que completan este libro lo prueban. Todo esto es tan cierto como que muchos de nosotros seríamos menos sin haberlo leído.