“Este libro es una preparación para el Purgatorio”, escribe Armando Uribe en el prólogo a la presente edición revisada de las memorias que publicó hace ya casi quince años. Al decirlo da cuenta del profundo sentido religioso que ha definido toda su obra y su vida, la que aquí rememora desde sus años de infancia y juventud hasta la muerte de su esposa, Cecilia Echeverría, a comienzos del siglo XXI.
Se trata de un libro entrañable por varios motivos. No es el menos importante la elegancia concisa de una prosa efectiva a la hora de traer a escena un mundo y un modo de ser chileno que se está perdiendo irrecusablemente. Pero ante todo Memorias para Cecilia es un libro inolvidable porque ofrece el autorretrato intelectual y a la vez sentimental de un poeta, abogado y académico que fue testigo privilegiado de la historia cultural y social del país -y de buena parte del mundo, por sus labores como diplomático a través de los cinco continentes-, y que en todo momento se muestra como un observador implacable de sí mismo, un creyente que descree de sus propias virtudes y que escudriña sin complejos ni autoindulgencia en sus debilidades.