Un profesor de Lingüística y Literatura vagabundea por las calles de Santiago junto a su pareja en una bicicleta tándem. Ella apenas distingue sombras, mientras los ojos del narrador, nacido en Purranque y residente de la Villa Olímpica, acarician las cosas con un cariño tan curioso que parece extranjero. Y es que “Purranque”, como lo llaman sus amigos, cultiva un frondoso árbol de hojas dispares, entre la lengua poética del sur de Chile, el mapudungun y el castellano.
Lo que aparece y desaparece se presenta de manera oblicua, lateral, como lo hicieron los viejos poetas del Indostán y el mundo árabe, con altas cuotas de humor e ironía. La alusión, ese recurso tan chileno, pero tanto más mapuche, es la savia de este hermoso texto que sorprende por los descubrimientos y por las conexiones insospechadas que presenta.