La existencia de esa partícula fue postulada por Peter Higos para resolver un problema teórico y, a pesar de que los científicos dedicados a la física de altas energías trabajaron con empeño, no lograban dar con ella. Fue necesario construir la máquina más compleja de la historia, un gigantesco acelerador de veintisiete kilómetros de diámetro enterrado a cien metros bajo la frontera franco-suiza, y el trabajo de investigadores de casi cuarenta países para registrar su presencia entre los billones de colisiones provocadas en las entrañas de ese dispositivo que desafía la imaginación. Entre los protagonistas del descubrimiento, que saltó de inmediato a las tapas de todos los diarios del mundo, había un puñado de argentinos. María Teresa Dova, jefa de uno de los dos grupos dedicados a la física de altas energías del Conicet que trabajaron en el proyecto, vivió esa extraordinaria aventura científica y humana, y la cuenta aquí en primera persona.
Qué es el Bosón de Higgs
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La mayoría de los descubrimientos científicos se produce entre las paredes de un laboratorio y pasa desapercibida para la mayoría de los mortales. Pero el 4 de julio de 2012 se dio a conocer un hallazgo que pasaría a la historia: después de buscarla durante cinco décadas, un equipo internacional formado por físicos de decenas de países había descubierto una partícula subatómica llamada “bosón de Higgs”, más conocida como “la partícula de Dios”.
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