Todo intento de quebrantar en profundidad el orden establecido es denunciado como un peligro inaceptable ética y políticamente, ante la posibilidad de una resurrección del fantasma totalitario.
Lejos de ser, pues, un auténtico concepto teórico, la categoría de totalitarismo opera como un eficaz subterfugio destinado a inhibir el desarrollo de la crítica radical y la superación efectiva del liberalismo dominante, como acredita, por ejemplo, el atolladero en que quedan atrapados intentos reflexivos tan promisorios como los de Derrida o Levinas, con los que el autor mantiene un diálogo filosófico ejemplar. En su denodado esfuerzo, proseguido con el rigor convulso que le caracteriza, de repensar las condiciones de una acción política radical -que asume sin vacilar el “quemar los puentes” con las tradiciones académicas hegemónicas, con todas sus evasivas y prohibiciones- Žižek no se hurta a ningún desafío y asume por anticipado la carga del escándalo.