Las iglesias estaban malditas, los cementerios no daban abasto; el terror era la ley. La muerte permaneció días y semanas en Iquique como un olor, un manto invisible, algo de lo que no se podía hablar. Durante años los habitantes recordarían en privado aquel maldito 1907 en que llovió a cántaros, hubo un eclipse y miles de personas fueron ametralladas por las fuerzas armadas.
La masacre en la escuela Santa María de Iquique fue el final de un año trágico. La escuela se convirtió en el refugio fatal para los obreros de las oficinas salitreras que ese año se levantaron en huelga para defender sus derechos. Aquí están los líderes sindicales y las autoridades políticas, las mujeres fuertes y la pampa explotada; y también Melchor Martínez y Rosa de Talagante, a quienes los lectores ya conocieron en Huáscar y acompañaron en Balmaceda. Tromben cierra este ciclo histórico con una novela en que la violencia de la tierra, la violencia de sus habitantes y la violencia del Estado conforman una sola fuerza.