Las dosis diarias son el patio de juegos donde Alberto Montt vuelca hace ya más de una década toda su creatividad, ingenio y amor por el dibujo. Con una admirable y celebrada capacidad de observación de lo cotidiano, en ellas derrocha humor negro –y de varios colores– con ideas que parecen surgir de todas partes. Como él mismo ha declarado, vive atento a todo: «Una canción, un plato de sopa o el último libro que me leí». Es, remata, «el placer del síndrome de Diógenes del conocimiento pop».
Esta recopilación que el propio Montt ha preparado de sus viñetas expone un repertorio personal y agudo de ansiedades y obsesiones a partir de las cuales suele disparar sin filtro, a la vez que traza un involuntario mapa de los problemas y vaivenes de la sociedad contemporánea.
Viñetas donde se ríen de nosotros Dios y el diablo. Y todas hechas con ese estilo único y personalísimo que, como él mismo apunta, es fruto del «conjunto de mis incapacidades».