La diferencia entre el placer estético ligado a la forma o la figuración (en lo bello) y el displacer que, como placer negativo, aparece ligado a la experiencia estética de lo carente de forma (en lo sublime) está en el centro de este libro. De esta manera Kant se vuelve para Lyotard una potente referencia de dos fenómenos contemporáneos: el arte que busca escapar de la prisión de la figuración, y la experiencia de lo irrepresentable a causa de los fenómenos concentracionarios y de exterminio.
Como lo explica Catherine Malabou en el prefacio: «es bello y da placer lo que tiene un contorno, una limitación, un aspecto. El sentimiento sublime, por contraste, está vinculado con lo “sin forma” y por eso se encuentra en afinidad con la razón y lo incondicionado. La imaginación, que quisiera jugar su rol habitual de mediadora, intenta presentar eso “sin forma” a falta de representarlo, porque no tiene forma. Pero fracasa. Lo sublime nace, en cierto modo, del fracaso de la Darstellung. Este fracaso es su éxito. Su placer, su displacer. Mientras que lo bello es siempre natural, lo sublime abre el espacio de una “estética sin naturaleza”, o incluso de una “estética de la desnaturalización”».