A través de imágenes escogidas por él mismo y de palabras certeras y concisas, Barthes dibuja un autorretrato completo y fascinante, en el que pasa revista a sus temas favoritos —los libros, los signos de la civilización contemporánea, la moda, la sexualidad— desde un punto de vista ahora libre de prejuicios académicos. Hablando en tercera persona, como si se tratara de una novela con la que quisiera entenderse a sí mismo desde la distancia, intenta huir de su figura pública para acercarse a su propia persona entendida como un enigma que hay que descifrar: «No hay biografía más que de la vida improductiva. En cuanto produzco, en cuanto escribo, es el Texto mismo el que me desposesiona (afortunadamente) de mi duración narrativa. El texto no puede contar nada; se lleva a mi cuerpo a otra parte, lejos de mi persona imaginaria, hacia una suerte de lengua sin memoria…».